Ayer no fue un buen día para mí. No porque estuviera malita, que ya no lo estoy tanto, de hecho fui a mis clases de inglés por la tarde, sino porque no me porté muy bien que se diga. Me siento muy avergonzada y arrepentida y he prometido a mis padres no volver a hacerlo.
Lo que ocurrió fue que yo estaba tranquilamente dibujando en la mesa del salón mientras veía los dibujos, entonces, ese diablillo llamado Miguelito intentaba quitarme los colores, mis dibujos y yo intenté apartarlo, pero como tiene tanta fuerza pues me resultaba imposible. Perdí los nervios y en un ataque de rabia le di un bocado a mi hermano. En la mejilla. En cuanto le di el bocado Miguel se puso a llorar como un loco y rápidamente vino mamá. Mamá preguntó que pasaba y yo dije que no sabía, preguntó si Miguel se había dado algún golpe y contesté que no sabía encogiéndome de hombros. Mentí. Sí que lo sabía, pero sentía por dentro una enorme vergüenza además de un gran arrepentimiento.
Cuando papá llegó del trabajo y vio la marca de Miguel en su moflete, vino hacia mí y con muy buenas palabras me convenció para que le contara qué es lo que pasó. Confesé. Le mordí pero no lo volveré a hacer. Lo prometo.
No se enfadaron mucho conmigo porque ese es el acuerdo por haber contado la verdad, pero si hay una próxima vez, mejor que me prepare.
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