Después volvimos a comer en el chiriguito y después una buena siesta en el coche de vuelta, mientras papá conducía desde el hotel hasta nuestra casa. Llegamos a casa casi sin enterarnos, casi que podría decirse que cerramos los ojos en la puerta del hotel y los abrimos en el garaje de casa. Yo casi lo hice, pero Miguelito fue exactamente así.
Al llegar a casa tuvimos que ponernos las pilas para guardar tantísimas cosas, especialmente mamá y papá, porque, en realidad, Miguel y yo nos quedamos viendo los dibujos en el salón mientras ellos hacían todo el trabajo. Pero es que volvimos con muchísimas ganas de ver un buen rato los dibujos tumbados en el sofá. ¡Qué bien sienta siempre la vuelta a casa!
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