La tos ha ido creciendo y haciéndose fuerte en mí y ahora me cuesta trabajo dormirme. Me despierto en mitad de la noche con tos. Miguel también está regular. Tiene fiebre. No muy alta, eso es cierto, pero lo suficiente para no encontrarse del todo bien.
Mi madre nos llevó al pediatra y allí me porté muy bien. Miguel, para no variar, se portó muy muy mal. No para de llorar desde que ve al pediatra. Y eso que él se porta muy bien con nosotros, pero es verlo con la bata y empieza a llorar y a retorcerse como una culebrilla. Se necesitan cuarenta manos para conseguir pararlo. ¡Valiente bicho! Al final, tras mucho luchar, se consigue y Jesús -nuestro pediatra- nos aconsejó que siguiésemos con el mismo tratamiento que veníamos tomando.
Ahora sólo cabe esperar que mejoremos de una vez para poder disfrutar de este fin de semana en el que por fin parece que va a brillar el sol. ¡Qué ganas!
Os pongo una foto en la que se ve a mi hermano Miguel aprendiendo de papá. ¡Qué graciosos!
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