Ya parece que definitivamente estoy mejorando de mis mocos y mi tos. En realidad la tos todavía la llevo colgada de mi cuello pero cada vez menos. Mis padres el viernes, día muy importante para nosotros en casa, me llevaron al médico y, en vista de los pocos y lentos progresos con los medicamentos anteriores me cambió la medicación. Teníais que haber visto a Miguel en el momento que entró en la clínica. Iba andando muy feliz cogido de la mano de papá, pero en cuanto se percató de la encerrona en el médico, paró en seco y echó el culo para atrás. Tirando de él conseguimos que entrase pero cuando vio a Jesús -nuestro pediatra- los pucheros se transformaron inmediatamente en lagrimones bajándole por la mejilla. No se podía creer que nos fuésemos de la consulta y el pediatra no le pusiera las manos encima. Aun cuando salíamos de allí todavía volvía la cabeza mirando tras de sí con desconfianza.
El viernes, digo, fue un día muy importante porque es el día del padre y además es el santo de casi todo el mundo. Para que os hagáis una idea es el santo de mi madre, de mis dos abuelas, de mi padrino, y de algunos de mis tíos. También es el cumpleaños de una amiga de mis padres, que además, en el mismo día celebra su santo.
Yo le regalé a mi padre una tarjeta de felicitación hecha por mí. Con mis propias manos. Nunca mejor dicho. Además le di un libro y una camisa. Mamá también recibió regalos por mí y por Miguel: una selección de bombones -éste fue un regalo un poco para todos-, un libro, un perfume y algo de ropa.