Nada más volver de Sayalonga, tras una buena siesta en el coche de vuelta, no tuvimos tiempo para casi nada. Subimos a casa, subimos las maletas, las soltamos en el dormitorio de mis padres y a la bañera, a darnos un enjuago rápido y corriendo porque en seguida nos íbamos a marchar a casa de nuestros abuelos Pepi y Miguel. Allí estarían esperándonos Natalia, tita Ana y tito Paco y mi padrino José Miguel -mi madrina no pudo venir porque últimamente la pobre está pasando una mala racha con el brazo-. Se jugaba la final de la Eurocopa y nos enfrentábamos a Italia. En nuestra casa confiábamos que España iba a llegar a la final desde mucho antes de comenzar la Eurocopa, y por eso colgamos una gran bandera de España en el balcón. Papá me dijo que íbamos a ganar porque somos los mejores y vaya si acertó.
Llegamos justo a tiempo según decía mamá y muy tarde según decía papá. ¡No hay quien los entienda! A mí no me hubiese importado llegar antes para poder jugar con mi prima Natalia más rato, pero como dice mi abuela Pepi, no se puede estar al plato y las tajadas.
Nada más llegar nos pintamos las caras con la bandera de España y como todos en la casa llevábamos ropas del color rojo, y bufandas y pulseras de España y las caras pintadas y algunos pitos para formar jaleo cada vez que se marcaba un gol y marcaron cuatro, pues imaginad la de jaleo que montamos.
En el descanso cenamos una comida que había preparado la abuela Pepi, ¡qué buena cocinera que es la abuela Pepi! Al terminar el partido, después de ver cómo le entregaban la copa a los jugadores españoles, nos dirigimos a celebrarlo a la fuente principal donde había muchísima gente y también había muchísimo ruido. Todos los coches pitaban, mucha gente llevaba trompetas y silbatos y pitos y vamos, que lo pasamos genial. Nos encontramos con el abuelo Felipe y con la abuela Pepa y con tita Cristina y tito David que también estaban tan contentos como nosotros.
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