La verdad es que últimamente mi hermano está ocupando todas las entradas de este blog. Bien sea porque hace cosas muy mal o bien porque las hace muy bien, casi todas las noticias importantes le están ocurriendo a él.
Mis padres, que llevaban un tiempo preocupados por las constantes ganas de hacer pipí de mi hermano, lo llevaron al pediatra, para ver qué opinaba él. El pediatra que es muy listo y sabe mucho, lo primero que hizo fue mandarle un análisis de orina y otro de sangre.
La primera dificultad fue despertarnos a la mañana siguiente una hora antes de lo habitual. A mí no me molestó mucho y he despertado de buen humor -como casi siempre-, pero mi hermano, que aunque tampoco es dormilón, está acostumbrado a tomarse el biberón en la cama e ir despertándose poco a poco, lo sacaron de la cama todavía dormido para recogerle una toma de orina. Hacía frío y no había despertado aún, pero mi padre se las apañó bien para recogerle la muestra estupendamente.
Mis padres habían estado gran parte de la tarde anterior prometiéndole a Miguel que si se portaba bien en el médico, cuando le sacaran sangre, le comprarían un coche de juguete nuevo, o bien, lo llevarían al Zoo.
Llegó la hora, y allí estaba Miguel, sentado sobre mi padre, mirando cómo la enfermera le pinchaba y le sacaba sangre. No dijo ni ay. Os recuerdo que tiene sólo tres años y cuatro meses. ¡Qué orgullosos estaban mis padres! ¡Qué machote! La enfermera dijo que se había portado estupendamente. ¡Estaba encantada! Le pusieron un algodón y fuimos a desayunar rápido porque justo después teníamos que ir al cole.
Por la tarde, después del comedor, de bañarnos y del inglés fuimos al dentista para revisarle el diente partido. No hace falta decir que se portó como un campeón otra vez. No sé si yo sabré portarme tan bien cuando me lo hagan a mí algún día. Le pusieron más empaste para fijar un poquito más el diente. ¿Y Sabéis qué? Me he dado cuenta de que a mi hermano le gusta hacerse el duro, y le gusta tanto que al final lo consigue.