Ayer por la tarde fue un día especial como pocos lo son. Para comer mi madre cocinó huevos rellenos, que han pasado de ser una comida que yo no quería probar nunca, a ser una de mis comidas favoritas de entre todas las comidas que hay en el mundo mundial. Luego, por si no fuese bastante ya para ser un día especial, por la tarde, fuimos al cine, para ver la nueva película de Los Pitufos. ¡Jo, cómo me gustó la película! ¿He dicho me gustó? Pues debería haber dicho nos gustó, porque Miguel lo pasó bomba como yo y mis padres también parecían disfrutar. ¡Qué divertida y qué bien lo pasamos!
Además, mis padres me compraron un paquete de palomitas para mí, y uno bien grande de gusanitos para Miguel, que compartimos, aunque Miguel no debe todavía comer muchas palomitas, y un botellín de agua para cada uno de nosotros. Teníamos los mejores asientos de todo el cine porque había muy poca gente y estábamos totalmente en el centro del centro -lo sé porque papá me lo explicó-.
Al salir del cine papá nos explicó que durante la película, en un momento que salí junto con mi madre al servicio porque ya no podía aguantar más para hacer pipí, mi hermano le preguntó a mi padre dónde estábamos, porque estaba tan metido en la película que ni se enteró de que me había ido, entonces se incorporó y comenzó a gritar Sofíiiiia, mamaaaaaá, porque la película volvía a ponerse interesante y no quería que nos la perdiésemos. Por lo visto un niño que estaba sentado delante se volvió a mirar a Miguel, que estaba formando tanto jaleo, y Miguel sacó la mano del paquete de gusanitos y le saludó diciéndole: ¡hola!. Valiente elemento.
Después del cine, de camino a casa, para rematar el día, tomamos un helado cada uno. ¿No es genial? Me pedí un cucurucho de nata, y otro para Miguel. ¡Qué bien dormimos después en nuestra camita por la noche!