Ya se acabó la Feria y bien que la exprimimos. Al final fuimos cuatro días en total y me pude poner mis tres vestidos, tan sólo repetí uno, el verde de lunares blanco, que es el que mi madre tiene igual, por lo que los dos días que me lo puse fuimos a juego. ¡Qué guapas íbamos!
Miguelito también se vistió los cuatro días, los cuatro con la misma ropa. Le encanta vestirse de corto, aunque él dice que viste de vaquero, porque mi padre le dijo que parecía un vaquero y así se quedó: Miguelito el vaquero. En cuanto ve que le vamos a vestir de corto se pone muy contento, a gritar: ¡bravo, bravo! ¡de vaquero, de vaquero! ¡Qué gracioso! Sin embargo cuando le preguntamos si quiere ir a la feria dice que no, que le da susto, pero sí quiere ir a los cacharritos. ¡No es nadie! Y es que cuando mi hermano va por la feria, no quiere ir andando, va en brazos o en el carro porque los caballos le dan miedo, como los petardos. Se abraza que no hay quien lo suelte. ¡Qué chiquitín!
En cuanto mi madre le viste con la ropa de corto y le coloca las botas, se pone a taconear por toda la casa. ¡Pobres vecinos de abajo! Por eso sólo se las ponemos antes de salir. Además Miguel andando con botas es muy peligroso, sobretodo porque él no anda, corre, y además, porque con el mármol de la casa se resbala mucho y se cae. De hecho se dio un tortazo bien grande en la sien, que pudo haberse hecho algo verdaderamente malo, pero es así y no hay quien lo cambie.
Yo he terminado reventada cada día de feria de tanto andar con tacones, de cargar con el pesado vestido de gitana, la peineta, los pendientes, las pulseras... ¡cuánto esfuerzo! Pero ha valido la pena porque lo he pasado boooomba.
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