viernes, 7 de marzo de 2014

En el vivero

Hace tiempo que mi padre lleva diciéndonos que un día vamos a ir a un vivero, y que vamos a comprar un buen tiesto donde entren cuatro manos, y que también vamos a comprar tierra, una buena tierra para cultivar, y una pequeña plantita, diminuta y chiquitita, pero que traiga en su interior algún fruto que podamos ver crecer. Y ese día llegó casi de sorpresa. Los tres (Miguel, mi padre y yo) fuimos a un vivero y allí elegimos un plato donde colocar el tiesto, un plato que sirviera para proteger el suelo y para se derramase toda el agua que sobrase. Después volcamos la tierra dentro del tiesto y también el abono, y los dos a la vez con nuestras pequeñas manos la removimos y le trasmitimos la energía que debería de utilizar para agarrar las raíces de nuestra pequeña planta. Plantamos un fresal, chiquitín y diminuto, pero con muchas ganas de crecer. Lo colocamos en el centro, desde donde pudiese ensancharse y crecer. Compactamos la tierra, siguiendo cada tarea con mucha atención. Regamos la planta, mi hermano por su parte y yo por la mía, repartiendo la labores y luego tranquilamente ayudamos a recoger todos los utensilios que habíamos utilizado, incluso ayudamos a barrer la poca tierra que quedó salpicada por alrededor.

Satisfechos por el trabajo llevado a cabo mi padre nos acompañó a lavarnos las manos, con cuidada paciencia nos secamos en la toalla. Los dos muy contentos y orgullosos de haber realizado todo por nosotros mismos, pero justo al final mi padre dijo que faltaba algo, que además era muy importante. Mi hermano y yo nos quedamos un poco indecisos, no suponíamos que era lo que faltaba por hacer: ¿desearle suerte?, ¿tirarle unos besos? ¿regarla cada día? No sabíamos qué era aquello que faltaba por hacer, pero mi padre dijo que lo que faltaba era tan importante o más como todo lo que habíamos estado trabajando nosotros durante la mañana. Nos faltaba ofrecerle nuestra planta al sol, aquel que le daría la energía diaria para que creciese y para que nos diera frutos. ¡Cuánta razón tenía!

Nos explicó que las fresas necesitan mucha luz y que deberíamos ponerla en el lugar de la casa donde más luz hubiese cada día y tras estudiar las distintas posibilidades decidimos ponerla en el balcón.
 
¿Quieren saber una cosa? Todo esto ocurrió hace ya un par de semanas y desde entonces nuestro fresal ha crecido algo, pero no mucho, sin embargo ya hemos tenido la fortuna de comer un par de fresas. ¿No es fantástico? Ahora cada vez que como una fresa puedo imaginar el trabajo que lleva hasta que llega a mi boca.

No hay comentarios: