El útimo domingo de julio fuimos a la playa de El Bombo, donde van mis abuelos Pepa y Felipe desde hace años, colocamos nuestra sombrilla junto a su toldo y bueno nos preparamos para echar el día en la playa. Mamá suele achicarrarse al sol pleno, mi padre no suele salir de la sombra y Miguelito y yo estamos todo el rato entrando y saliendo del agua. Normalmente allí nos juntamos con nuestros primos, y lo pasamos genial jugando con ellos.
Todo parecía un día normal, pero de repente apareció Miguel contándonos que había cogido un cangrejo enorme, y lo traía en un cubo. Lo cierto es que era un gran cangrejo. Debío haberse despistado pues hacía un día con muchas olas y mi hermano que siempre está muy vivo lo vió y lo capturó.
¡Qué orgulloso estaba! Lo mirabas y te dabas cuenta que se sentía como si hubiera matado un león con sus propias manos y salvado la vida de una bella joven. ¡Valiente elemento! Quería llevárselo a casa pero papá le hizo comprender que en casa se iba a morir de tristeza, y que probablemente tendrá una casa, y lo echarán de menos. Lo mejor era dejarlo en la playa, cerca de su casa y que pudiera regresar y ser feliz con los demás cangrejos. Lo mantuvo en el cubo, mirándolo todo el rato, pero antes de volver a casa lo soltó a su hogar. Adiós señor cangrejo, que tenga un buen día. ¡Ah, y no se deje atrapar fácilmente!
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