Habíamos escuchado mi hermano Miguel y yo que en Nerja había unas cuevas y que mis padres ya habían estado y que cualquier día de estos nos iban a llevar. Fueron pasando los días y tanto mi hermano como yo lo habíamos olvidado por completo, pero nuestros padres no olvidan tan fácilmente y en cuanto se les presentó la ocasión, el primer día de mayo, no lo dudaron y junto con nuestros amigos Dani y Jaime -y Gabriel y sus padres, claro- nos plantamos en un salto en Nerja.
Lo primero que tenemos que decir es que mi hermano y yo no paramos de darles las gracias a nuestros padres por llevarnos allí. ¡Es una cueva espectacular! No se nos pasó nunca por la cabeza que una cueva pudiera ser tan asombrosamente enorme. No lo podíamos imaginar. Ni nosotros ni nuestros amigos.
Como Gabriel es aún muy pequeño y va en carrito y allí no se permite la entrada de carros, porque hay muchísimas escaleras, Gabriel se quedó fuera de la Cueva, con su madre, mientras que Dani, Jaime y su padre Miguel entraron junto con nosotros. Miguelito entró gratis porque estaba en el límite de edad, pero de ahora en adelante no vamos a tener más remedio que pagar entradas también por él. ¡Es lo que tiene hacerse mayor!
En realidad, tras unos reajustes en los horarios, fuimos primero a almorzar a una pizzería, donde comimos muy bien y donde también se disfrutaba de unas vistas extraordinarias hacia el mar y hacia el Balcón de Europa. Después de comer, para bajar la comida, paseamos un rato por el Balcón de Europa y nos tomamos unos helados e hicimos fotos hasta cansarnos y fue entonces cuando fuimos a la Cueva de Nerja. Una visita muy pero que muy recomendable.
Durante el camino de vuelta, no muy lejos de Nerja, paramos en un chiringuito que también tenía unas vistas espectaculares para tomar la merienda. Ya de vuelta a casa todos echamos una cabezadita en el coche, bueno, todos menos papá, claro, que estaba conduciendo.