Justo el día después de nuestra excursión a Rute y de ver el Belén de chocolate y la comilona en la Venta Talillas, al día siguiente fuimos al cine para ver el séptimo episodio de Star Wars.
Para ver el último capítulo de Star Wars primero tuvimos que ver los seis capítulos anteriores, que se dice pronto. Mi padre vio que mi hermano y yo estábamos como dos bobos abducidos viendo el anuncio de la tele con la boca abierta y nos preguntó si nos gustaría verla. Y gritamos ¡Sí! Entonces nos dijo que estaba dispuesto a llevarnos al cine para verla cuando la estrenen pero que antes deberíamos conocer la historia completa. De cabo a rabo. Así que desde casi ese primer día fuimos aprovechando los fines de semana y los cuatro juntos en el sofá del salón con un buen bowl de palomitas nos fuimos viendo las seis películas anteriores, una detrás de otra. Cada día una claro.
Conforme más Star Wars veíamos más nos gustaba. A mí me gustaba pensar que pilotaba una nave espacial como Leia, a través de la inmensidad estrellada del universo y a mi hermano Miguelito el personaje que más le gusta es Anakin, ese niño tozudo que parece tener todas para llegar algún día a ser un Jedi aunque luego, bueno, todos deberíais saber a estas alturas lo que le pasa luego a Anakin, pero por si acaso no voy a ser yo la que destripe una parte importante de la trama. A mi padre le gusta mucho Yoda y también Chewbacca y en general a todos nos gusta R2D2 y C3PO.
Cuando por fin vimos las seis películas, una detrás de la otra, por el orden que mi padre creyó que era el mejor para nosotros, por fin estábamos preparados, de manera que el domingo 3 de enero fuimos a la sesión matinal y en una sala donde la ofrecían en 3D vimos Star Wars: El despertar de la fuerza, acompañados de un gran cubo de palomitas, claro.
Después de la película fuimos a la Pizzería Mamma Mía a comer pasta. Nos encanta la pasta. Los espaguetis son la comida favorita de Miguel y yo estoy indecisa de si me gustan más los espaguetis o la lasaña. ¡Qué rica está la pasta!