A mí me gustó mucho porque fue especial ver cuadros tan grandes y de tantos colores. También en el museo me subí en el ascensor más grande que nunca vi. Hubo un momento en el que Miguelito salió corriendo con cara de salvaje, gritando bien fuerte su grito de guerra, arrrgggh, con la mano en alto y directo hacia un cuadro. La mujer que se encargaba de cuidar los cuadros y de que nadie los tocara dio un salto y echó a correr con el pánico en la mirada y cuando papá agarró a Miguel la mujer dio un resoplido de alivio que le duró un buen rato.
Cerca del museo está mi pizzería favorita donde ponen unos macarrones buenísimos que desde ese día también gustan a Miguel. Después para bajar la comida fuimos a pasear por Málaga, por la calle Larios, Miguel ya en su carro dormido. Mamá y yo nos tomamos unos cucuruchos de helado que estaban buenísimos y luego paramos en una cafetería pastelería donde ya imaginais que probé algún que otro pastel.
Volvimos para nuestra casa en Fuengirola, pero antes fuimos a visitar a nuestra primita Celia que hacía bastantes días que no la veíamos y ya teníamos ganas. ¡Qué guapa está! ¡Y qué simpática es!
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